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Muerte y resurrección de un delantero llamado Iván Bulos

Cinco lesiones le impidieron jugar un partido oficial en dos años y medio. La gente del fútbol decía que estaba muerto para las canchas. Sus propios amigos murmuraban que sencillamente era malo. Iván Bulos superó todo.

GOL, CARAJO Con la camiseta del Deportivo Municipal, Bulos vive su primera temporada como goleador de un equipo profesional.

Una de las expresiones que más repite Iván Bulos durante hora y media de conversación es: “Si algo he aprendido de todo este tiempo…”. La frase se complementa no con ‘algo’, sino con muchas lecciones: la realidad de los verdaderos amigos, la necesidad de entrenar duro o la importancia de la humildad. A sus 22 años, después de pasar lesionado tres de sus cinco temporadas como profesional, el goleador del Deportivo Municipal sabe lo que es un futbolista: una mercancía. “El fútbol es un negocio y los futbolistas son un producto. Totalmente”. Una fuente de lucro que agentes e inversionistas aprecian o desprecian. Una etiqueta que la prensa infla o revienta. Hoy está en el lado bueno de la película: hizo nueve goles en el campeonato Apertura y se ganó su primera convocatoria a la selección mayor. Después de navegar novecientos días en la sombra, Iván Bulos debutó con la bicolor contra Estados Unidos y arrancó de titular pocos días después frente a Colombia en Nueva York.


Parado sobre el gramado, una idea volvía a su cabeza: “Hace tres meses no era futbolista y ahora estoy en una cancha jugando contra James Rodríguez”.


En realidad no fueron tres meses sino casi cinco, pero tiene razón en equivocarse. En primer lugar, porque los dos años y medio que estuvo sin pisar una cancha para un partido oficial pasaron demasiado lento. La psicología ha estudiado cómo en casos de depresión el tiempo se ralentiza. Se ha registrado incluso casos de personas depresivas para quienes la sensación del paso del tiempo sencillamente no existe. El tiempo, ese bálsamo de tragedias, puede llegar a coagularse en la mente de una persona deprimida, e Iván era una de ellas. Y en segundo lugar, porque desde que volvió al fútbol todo sucedió demasiado rápido. Cinco meses parecieron tres. El 2 de mayo tuvo su segundo debut como profesional con un gol frente a la Universidad César Vallejo y en los siguientes cuatro meses anotó ocho goles más.


PATA DEL ALMA El goleador celebra con su más cercano compañero, Juan Diego Gonzales Vigil

Y acá está hoy, 9 de setiembre, sobre la cancha de los New York Red Bulls, frente a la selección Colombia. Le han dado la camiseta 14 que Claudio Pizarro hizo suya por más de una década. El profesor Ricardo Gareca le ha dicho que es joven, que disfrute el partido. Probablemente es la selección peruana con mejor juego colectivo desde la clasificación a España 82. Y en la cancha Iván puede sentirlo. La diferencia entre el campeonato local y el fútbol de primer nivel es la facilidad para el juego: todos saben exactamente qué hacer y cómo hacerlo, y así el juego se hace más sencillo. Esta noche su misión como reemplazante de Paolo Guerrero es chocar contra los gigantes Murillo y Zapata, centrales de los dos más grandes equipos de Milán. Lo disfruta, aprovecha sus 187 centímetros para hacer lo que mejor sabe: friccionar, hacer que sus rivales sientan que chocan contra alguien que va en serio. Sus compañeros juegan tan inteligentemente que lo que Bulos siente cuando le llega el balón es espacio. Siempre hay alguien libre con quien tocar. Las muchas veces que el balón no pasa por sus pies busca ubicarse al lado opuesto de la zona de juego para aplicar el manual del centrodelantero y trazar diagonales que puedan dejarlo bien perfilado de cara al arco colombiano. Por derecha tiene a un André Carrillo cuya carta pase se disputan varios grandes de Europa. Por izquierda aparece un Christian Cueva en su mejor momento. Por detrás acompaña el jugador que más admira en el equipo, Jefferson Farfán.


Hace cinco meses los pocos que se acordaban de él decían que estaba muerto para el fútbol y esta noche, lejos de las lesiones, disputa pelotas con deportistas de la talla de Carlos Sánchez, del Aston Villa, o de Santiago Arias, del PSV Eindhoven.


O de James Rodríguez. El 10 del Real Madrid en carne y hueso.


James, el autor del mejor gol de Brasil 2014 y goleador de la competencia. El que habría sido elegido mejor jugador del mundial si es que la FIFA no tuviese una Messifilia espeluznante. La estrella cuyo doblete a Uruguay en la Copa del Mundo generó una conmoción tal en Colombia que ocho personas murieron mientras festejaban con igual intensidad el pase a cuartos y el hecho de ser colombianos como James Rodríguez, o el que James Rodríguez fuese colombiano como ellos. Un jugador que en el obsceno mercado del fútbol vale ochenta millones de dólares, casi doscientas veces más que Bulos. Ahí está el astro colombiano, sentado sobre el centro del campo algunos minutos después de habilitar a su compañero Carlos Bacca para el 1 – 0. Está tocándose el muslo. Iván le pregunta qué le pasa. "Me tiré en el posterior”, se queja. “No sé si llegue al partido con ustedes".

El partido con Perú fue el 8 de octubre en Barranquilla, por la primera fecha de las Clasificatorias a Rusia 2018, y para recuperarlo cuanto antes el Real Madrid le armó una rutina de trabajo que incluyó el uso de una máquina desarrollada por la NASA. Después de una mala Copa América, lo último que el colombiano quería era perderse ese partido frente a Perú. Iván tampoco llegó. Una lesión muscular mientras calentaba para entrar a la cancha con Municipal lo descartó de la convocatoria. Su realidad es que, en este momento, pelea con Daniel Chávez por ser el suplente de los suplentes. El titular es Guerrero y detrás de él, esperando en fila para reemplazarlo, están Pizarro y Yordy Reyna. El camino a la consolidación en la selección es largo, pero existe. Es difícil pero es, y se recorre cada fin de semana en el campeonato local.


El goleador silencioso

Fiestas patrias. Suena el pitazo final en el Iván Elías Moreno, de Villa El Salvador, y Municipal gana tres puntazos, con los que sigue primero. ¿Quién habría imaginado a los ediles liderando el campeonato nacional, cuando hace apenas tres años penaban en la Liga Distrital de Breña, lo más bajo de nuestro fútbol? Mientras los jugadores de la banda se abrazan en el centro de la cancha, la producción del canal dueño de la transmisión coloca un banner de publicidad detrás de Bulos, autor esta tarde de un doblete, incluido el agónico gol con que han volteado el partido a Ayacucho F.C. Los comentaristas de CMD hablan de “un delantero en estado de gracia” y el reportero en cancha quiere sacar titulares de su boca. Pero Bulos ha sufrido mucho como para creerse eso de ser estrella.


- ¿Qué sientes en un momento así? Aniversario 80 del Municipal. Marco espectacular. Cancha llena. Tu momento. Ocho goles. Goleador del apertura…


- Teníamos que ganar, teníamos que ganar.


- ¿No quieres hablar de ti, no?


- Sí, pero estoy contento porque seguimos peleando. Porque es el aniversario del club y la fiesta es completa.


- ¿Producto de qué vives este momento?


- Mucho esfuerzo y mucho trabajo. Detrás de los goles hay horas y horas en un gimnasio y en una camilla haciendo terapia. Y hay mucho sufrimiento.

Cuando fue vendido a Bélgica, a los 18 años, le reventaron cuetes por primera vez. Veían en él las características de Paolo Guerrero: un centrodelantero hábil por arriba, fuerte para aguantar la pelota de espaldas al arco y temperamental. En 2013 el técnico de la selección Sub 20 Daniel Ahmed le dio la cinta de capitán. Era otra señal de que el chico estaba llamado a ser la figura del equipo. Jugaba en Europa y era el capitán de la Sub 20, tenía que ser muy bueno.


Debía ser el inicio de una carrera ascendente, pero fue en realidad la puerta de entrada a un infierno personal.

Bulos con su primera camiseta como profesional, la del Sporting Cristal.


En su debut en Bélgica se rompió el quinto metatarsiano y por apurar su recuperación para el Sudamericano Sub 20 sufrió una pubalgia. Los pocos minutos que jugó fueron una pesadilla. Lesionado, infiltrado y fuera de ritmo, Bulos sentía que no se podía mover. Incluso así estuvo cerca de anotar, pero no lo hizo. Y para un 9 de la vieja escuela no anotar es imperdonable. Un centrodelantero sin gol es la segunda guitarra de una canción criolla: acompaña pero no puntea. La prensa fue durísima con él. De promesa a don nadie en menos de un mes. “Así es el fútbol, es feo”, dice.


Pero es también lo más lindo que le pasó. Es la paradoja del encuentro del deporte con el mercado: el uno y el otro hacen que el fútbol no sea ni lo uno ni lo otro. Iván asegura que despierta cada día pensando en lo afortunado que es de tener por trabajo patear una pelota. Aunque eso no quiere decir que sea un trabajo fácil. Después del Sudamericano, en abril de 2013, se rompió la quinta vértebra en los entrenamientos con su club en Bélgica. Lo suyo con las lesiones parecía ya una maldición que buscaba condenarlo al retiro temprano. Muy temprano. El médico fue cruelmente sincero: de 15 a 16 meses de recuperación por delante. De mutuo acuerdo con su club disolvió su contrato y regresó al Perú. En Bélgica, solo y postrado, se habría vuelto loco. En los meses siguientes pensó muy a menudo en cuánto extrañaba entrar a una cancha y hacer lo que más le gusta. Mientras a un grupo de afortunados le pagan por patear un balón, al resto del mundo se le exige someterse a una vida de sedentarismo oficinista. Él era parte de ese grupo de privilegiados, pero solo a medias. Los créditos que lo avalaban como un buen proyecto se habían agotado y ahora purgaba una difícil lesión sin contrato. Las pocas veces que entraba a las redes sociales solía encontrarse con comentarios de quienes antes decían ser sus amigos, hablando de su desaparición de las canchas. Era exactamente lo que alguna ex enamorada le había confesado que escuchaba entre sus amigos: que estaba muerto para el fútbol, que sencillamente era malo. Quizá era momento de colgar los chimpunes y encontrar una nueva ocupación como un civil más.


No.


Iván sentía odio por quienes hablaban mal de él y transformó ese odio en empuje.


En el peor momento de su lesión, su hermano le recomendó visitar al ex karateca Wayo Salas. En su hermosa casa de campo en Villa, Salas recibe cada amanecer meditando en su jardín, acompañado por figuras del deporte como el golfista Sebastián Salem y los tablistas Javier Swayne, Martín Jerí, Sofía Mulanovich y Cristóbal de Col. Lo primero que Iván leyó al pasar por la sala fue una máxima que resume lo que Salas le enseñó, y que hoy lleva tatuada en la espalda: El éxito no es la clave de la felicidad; la felicidad es la clave del éxito. Como tantos otros deportistas de élite, Bulos fue formado para aspirar a ser el mejor del mundo. Había un lugar imaginario al que debía llegar para ser feliz. Sin embargo, lo que descubrió, junto a ex campeones mundiales como De Col o Mulanovich, es que esa es la más grande de las mentiras. Un título mundial no te convierte en una persona feliz. Ganas, duermes y al día siguiente comienzas a entender que has sido estafado. La felicidad es hoy, no mañana. El camino al camino es el camino, dice el taoísmo; Bulos se propuso disfrutarlo.


Acababa de firmar por Universitario por todo el 2014. Los merengues tenían un convenio con una clínica especializada en rehabilitación deportiva y Bulos arrancó la recuperación apenas caminando por los primeros cuatro meses. Pero cuando ya volvía a patear un balón, en octubre del año pasado, sufrió una nueva lesión en los ligamentos del tobillo. No pudo debutar. Nuevamente se quedó sin club. “La verdad es que fue duro. Me sentí totalmente de lado, me apartaron. Es duro encontrar motivación para levantarte y entrenar, buscarle el lado positivo. Al inicio iba molesto, triste, entrenaba poco”, rememora. Los últimos meses de su recuperación los hizo con el ‘Zurdo’ Aliaga. El preparador físico lo convocaba en el Malecón de Miraflores junto al mediocampista Juan Diego Gutiérrez, por aquel entonces sin club por problemas legales con la Universidad San Martín de Porres. Había días en los que lo único que hacían era sentarse y hablar de la vida. El trabajo era tan físico como mental. La vida de una persona es larga; la de los futbolistas, corta. Guty y Bulos tenían la edad para estar dentro de una cancha pero por motivos que escapaban a

PARA EL OLVIDO El 2013 tuvo un breve paso por la U.


sus esfuerzos estaban en cambio en un parque público de Miraflores, soñando con volver.


Y así llegó el Deportivo Municipal. En enero le ofrecieron un contrato con las mínimas condiciones, temiendo nuevas lesiones. El acuerdo terminaba en junio pero en febrero, finalizando la pretemporada, se rompió la planta del pie y se perdió el Torneo del Inca. Recuperado para el inicio del Apertura, en mayo, tuvo apenas dos meses para demostrar (y principalmente demostrarse a sí mismo) que servía para el fútbol.


Pudo por fin jugar ocho semanas seguidas. Marcó nueve goles.


El doblete frente a Ayacucho F.C. fueron el séptimo y el octavo. El segundo de esa tarde, el de la victoria definitiva, lo celebra con un salto y un giro de 180 grados para caer sobre sus pies con las piernas y los brazos extendidos, mientras grita su gol. Es la celebración característica de Cristiano Ronaldo, la máquina goleadora del Real Madrid. El portugués es su más grande referente no por la personalidad vanidosa que se le suele atribuir –de hecho, Bulos se toma tan en serio lo de ser sencillo que lleva la palabra ‘humildad’ tatuada en el brazo derecho– sino por su reconocida obsesión por el trabajo. Cristiano Ronaldo es el primero en llegar y el último en irse de los entrenamientos en cada club en que ha jugado. Bulos se inspira en él para no darle chance a otra trágica lesión y se somete a un régimen de entrenamiento que incluye trabajar por la mañana junto a sus compañeros del Municipal y por la tarde, por voluntad propia, ejercitar otras áreas del cuerpo. Los lunes y viernes son de gimnasio, los martes y jueves hace pilates (el entrenamiento más duro de la semana, asegura) y los miércoles, natación.

Asumió la filosofía del portugués como suya pero, a diferencia de Ronaldo, ha decidido encarar su carrera exigiéndose no ser el mejor del mundo, sino la mejor versión de sí mismo. En su Whatsapp tiene como estado otra de las muchas frases que lo motivan: Guts over fear. Las agallas superan el miedo. ¿Cómo no temer una nueva lesión? Para Iván es imposible evitarlo, pero sería imperdonable sucumbir al miedo. Hasta dónde le alcance con su esfuerzo es una pregunta sin respuesta. ¿Hasta llegar al Real Madrid? ¿Hasta permanecer por más años defendiendo la franja edil? No lo sabe y, por lo que dice, no le obsesiona saberlo. La prensa especula con un supuesto futuro en el Estudiantes de La Plata, pero de su boca no sale palabra.Por lo pronto ha retribuido el apoyo que Municipal le ha dado renovando contrato hasta fin de año. Luego, si las cosas se dan bien, verá qué ofertas tiene. Uno solo puede arrepentirse de lo que no hizo y para Bulos ese no es un problema. El atacante de Municipal tiene eso que Rubén Blades alguna vez llamó “la esperanza invencible del que ha sido perdedor”, y la usa a su favor. Está pisando una cancha y es nuevamente un centrodelantero con gol. Esa es suficiente demostración –para él y para sus críticos– de que ha vencido.

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