top of page

Crónica/Incursión Marina

Pescador de peña por doce horas

crónicas

En el paraíso de la pesca no hay licencias para descansar ni una quincena segura que llevar a casa. He pasado medio día buscando retratar la rutina de un puñado de pescadores de Las Salinas, en Chilca. Los he visto salir abrigados por la misma ilusión de cada madrugada: extraer de la orilla del mar un número suficiente de peces para ganarse el sustento cotidiano. Los he acompañado y mientras tiraba la red, escalaba, caminaba y nadaba, vi pasar mi vida como uno más de ellos. 

Redactor

Iván Peña Villafana

  • Wix Facebook page
  • Wix Twitter page

Pescadores artesanales “tirando caña”.

Dos años atrás leí una crónica sobre la pesca en la costa norte. No era propiamente sobre la pesca tradicional, sino sobre unos pescadores que salían a las tres de la mañana para realizar una pesca mortal, de alto riesgo, como la llamaría Discovery. Estos amantes de la pesca tenían que nadar pegados a la peña para poder sacar moluscos, conchas y otras especies marinas. Este tipo de pesca, en efecto, puede ser mortal si no sabes nadar o si no conoces el temperamento del mar.

 

Mi cariño por el mar no siempre fue el mismo. Cuando era escolar me encantaba el mar, prefería estar en la playa que en mi casa. Escuchaba historias de pescadores, de peces enormes y de gente que se ahogaba. Para mí era más importante el agua, el mar y los peces, que cualquier otra cosa.

 

Al sur de Lima mi abuela tiene una casa. Está en Chilca, un distrito de Cañete.  En la vereda de enfrente vive un señor a quien le encanta salir a pescar. Yo, sinceramente, no sé pescar. Mejor dicho, soy pésimo. Por eso esta vez le pedí su apoyo. La pesca no es fácil. No solo te vas en tu botecito, tiras una red y esperas a que los peces caigan. Los peces no llegan solos. Es necesario un estudio, se debe buscar el momento, el lugar y la corriente para pescar. El pescador es el experto del mar.

 

Pedro Calango, cañetano de nacimiento, es un pescador en retiro que ha vivido casi toda su vida en Las Salinas. Bajo de estatura, quemado por el sol de verano, vive retirado del mar. Lo único en lo que estoy en desacuerdo con mi mentor es que vive por su Alianza Lima. Por ahora solo se encarga de manejar su pequeña moto para traer pan a la casa y apoyar a su hijo con su taller de reparaciones. Cuando le compartí mi idea de ir a pescar, me dijo que sí.

 

- Pero tú eres gallina, las gallinas no nadan.

 

- Salimos mañana a las dos de la mañana. No cargues muchas cosas que tendremos que subir.

 

Mi maestro tuvo sus días de gloria cuando las lapas (molusco marino) se podían pescar a las orillas del mar. Esta es una especie de concha de color blanco. El molusco que se encuentra dentro de su caparazón estaba muy cotizado. En Las Salinas, la pesca la practicaban solo las personas que lograban conocer y entender el mar. Ahora la pesca solo se ha transformado en un lindo recuerdo que quedará marcado en los cincuentones, los jóvenes del ayer. Para mi mentor, la edad no es obstáculo. Cuando aún se lograba divisar pescadores artesanales en las playas del sur, él utilizaba todo su arsenal para pescar lo mejor. La playa escondía en sus aguas una buena variedad de peces. Un pescador podía ganar en un día entre 30 y 40 soles.

 

Eso le servía para comer y pagarle la moto a sus hijos que tenían que estudiar. Ahora  esos pescadores pasan ratos de mucha incertidumbre. El porcentaje de natalidad en el pueblo se eleva en los últimos años en un 50% por ciento. Pedro y los suyos alguna responsabilidad deberían admitir en el tema. El tiene 5 hijos y 4 nietos.

 

- En los ochenta me acuerdo que las lapas estaban tiradas en la orilla. La gente venía con sus costales y los sacaba. De un día para otro desaparecieron.

***

Pedro Calango en su mototaxi.

Son las cinco de la tarde del día anterior a nuestra hazaña. Pedro me comentó que había que desempolvar lo necesario para ir a pescar. Pensé, en ese momento que era fácil. Sacar una red, buscar la canastilla, un poco de esto, otro de aquello y ya estaba. Nada que ver.

 

Comenzamos con la red grande, que para pescar debía estar desenredada y bien amarrada. Mientras la íbamos estirando, Pedro, como todo un profesional, pasaba su aguja para ajustar los nudos. Tenía que estar templada, pero también limpia; si olía a lejía, por ejemplo, no íbamos a pescar nada.

Tardamos una hora para preparar la red, pero aún faltaba más. Pedro me entregó una cesta de caña llena de cuchillos. Cualquiera hubiera pensado que era un asesino. También había tenedores, una canasta chica de soguilla negra e hilo de pescar. Olía a pescado podrido, era un olor fuerte, penetrante, desagradable.

-¡Aguántate! No laves la canastilla. Sino los peces se van a ir, no es su olor.

 

Eran casi las ocho de la noche, todo un día perdido. Ya teníamos tres horas ordenando y limpiando. Con las pocas fuerzas que me quedaban pude ayudar a Pedro a subir el paquete a la mototaxi.

 

- Prepara tu ropa porque vas a necesitar meterte al mar con polo para sacar conchas. Si te has olvidado de nadar, métete a la ducha y practica.

 

Ya era demasiado con saber que debía despertarme a las dos de la mañana.

**

Hace un frío de mierda. Todo está oscuro. Desde la ventana veo que las luces de la calle siguen encendidas. No me importa nada más. Mi rutina está preparada, el contacto lo hice un día antes.

 

- ¿Estás preparado? – me pregunta Pedro.

 

- Creo que no- respondo titubeando.

 

Pedro ha terminado su sopa de pescado; ya está listo. Comienza a darme indicaciones de lo que haremos hoy. Ya sé por qué me citó temprano. Se demora hora y media en explicarme lo que debo hacer: recoger mariscos en el rompeolas. Ahora sí tengo miedo. Las cosas están en la moto. Arrancamos. Es extraño, ya no siento frío. Quiero sacarme la chompa.

 

- Pronto amanecerá, debemos apurarnos.

 

Siento la brisa marina como una bienvenida. Lo mismo sentirán los pescadores cuando llegan a la playa. La mototaxi para a 200 metros de la orilla. Es hora de entrar al mar. Pedro me advierte: debes calentar un poco para evitar calambres. Comenzamos a correr. No sé por qué pensé que íbamos a correr un kilómetro a lo mucho. Después del kilómetro y medio tuve que pedir tiempo. No podía respirar. Pedro estaba como si nada. Comencé a sudar y el frío ya no existía para mí.

 

Son las cinco de la mañana, buena hora para meter una red. Pedro me dice que tenemos que ayudar a otros pescadores para que ellos hagan lo mismo. Saben que soy nuevo y comienzan a burlarse.

 

***

 

Un costal con diez kilos de arena, atado a un extremo de la red, es enterrado un metro bajo tierra. La red ya está extendida, la sostenemos entre cuatro y avanzamos hacia el mar. Pedro iba delante con un compañero, detrás de ellos, el más veterano de los pescadores. Por experiencia sabía hasta dónde debía llegar la red y como mantenerla tensa. Ya tenía el agua hasta las canillas y estaba a punto de llorar porque sentía que se me congelaba todo.

 

Pedro debe zambullirse para clavar la estaca en el fondo del mar.  La gente comienza a salir, yo ya tengo el agua a la cintura y estoy temblando de frío. Pedro me dice: mete la cabeza para que se te vaya el frío. Ese truco ya lo sabía.

 

- Mójate maricón, no me vas a llorar esta vez.

 

Tuve que meter la cabeza como quien se cuida el cabello recién salido de la peluquería. No podía aguantar más el agua helada. Siento que no le pasa lo mismo a los pescadores, pareciera ser que tienen escamas.

En media hora nos alistamos para meter nuestra red. Ya estaba todo en su lugar, el costal, la red y los pescadores.  Esta vez, me toca estar delante de todos, al costado de Pedro.

 

Ya estoy nervioso, si no hago lo que me dicen los pescadores, se malogra todo. Por suerte, el mar se calmó. De pronto, Pedro mira fijamente la corriente, me da la estaca y pone su mano sobre el agua. Ya sabe dónde ponerla.

 

- Este es el lugar. Tienes que enterrarla justo abajo.

 

- Debes meterte, poner la estaca y subirte en ella para que la puedas enterrar.

 

La segunda vez lo hice bien, creo. Esta red debe estar hasta el mediodía. Así que aprovecharemos para escalar y encontrar un poco de cangrejos.

 

**

 

Pedro ya se puso la canasta en la espalda y me señala la peña. Debemos escalar unos cien metros y luego caminar dos kilómetros para llegar a la cima. Ya estoy muy cansado, pero la vista es hermosa, nunca pensé ver esto.

 

- Listo, vamos a poner un par de cordones para ver qué pescamos y nos pegamos a la roca para buscar cangrejos.

 

Pedro señala el hilo de pescar, calculamos dos metros. En una punta, un anzuelo que nunca había visto y en la otra, un lazo para ajustarlo a una roca. Un tenedor doblado en la punta sirve para ajustarlo a una grieta, es como estaca que sostiene los hilos de pescar mientras sacamos cangrejos.

Ahora todo parece preparado para seguir nuestro día de pesca. Tenemos que bajar hacia una pequeña roca que está unos cuantos metros por encima del mar. Las olas son bajas, no hay por qué alarmarse. Pedro, esta vez, me pide que sea rápido, pero que tenga cuidado al caminar. Apoyo mis manos en la peña. De un momento a otro, logramos divisar un cangrejo muy grande, rosado y con unas tenazas que podrían volarte los dedos. El cangrejo lucha, intenta escapar, pero la mano de Pedro es más rápida. De frente a la canastilla. 

 

Esta vez es mi turno, a mi derecha aparece uno. Me ordenan atraparlo, debo tener cuidado con las tenazas. Mis dedos índice y pulgar sujetan su caparazón. El cangrejo no podía atacarme con sus largas tenazas. 

Ya son las doce, la marea sube y Pedro me señala la salida; es hora de retirarnos. Las primeras olas tocan mis tobillos y me asusté. Sentí de pronto que el mar se tornaba brusco, me jalaba. Entonces salté a una roca.

 

- Es por eso que debes estar atento al mar. El mar es traicionero.

 

En estas dos horas pudimos sacar docenas de choros, cangrejos, tres bonitos, un lenguado y una bolsa de plástico.

 

**

 

Me demoré treinta minutos en bajar de la peña, era hora de retirar la red. Pedro me pide que  ingrese al mar y saque la estaca. Esta vez debo hacerlo solo mientras él se encargaba de la red.

 

Cuando llegué a la estaca, intenté jalarla con el pie, pero no resultó, tenía que zambullirme. Esta vez no fue tan fácil, no salía. Por fin pude moverlo. Saqué la cabeza para tomar más aire, ya estaba decidido. Le hice una seña a Pedro y él comenzó a jalar la red. Hicimos una buena pesca.

 

- Es fácil sacar la red del mar, pero no es lo mismo cuando está en tierra.

 

La última parte de mi labor era sacar los peces que estaban atrapados en los agujeros de la red. No había mucho, pero a Pedro le podría servir para hacer un ceviche y una jalea. La vida del mar es más sabrosa. Separamos las ganancias y subimos a la moto. A mí me gustan más los choritos y el lenguado. Me quedé con cuatro pescados y los choritos. Lo demás, cuatro bonitos  y una docena de cangrejos, fue para Pedro; se lo merecía.

bottom of page