Estamos en el bar Queirolo, que alberga a sus hijos de siempre: poetas, bohemios, músicos, muchachitas y sobre todo, antiguos amantes del trago y las butifarras. En el segundo ambiente está Mary Soto, acomodada en una esquina, para que nadie la reconozca. Esta noche, habrá más de una confesión. Sostiene un vaso medio vacío en la mano y llama al mozo: “Bolche, dame otra cerveza” y Bolche- con su pierna coja y su metro cincuenta- corre a destapar una Pilsen. Mary ha comenzado a hablar del Che Guevara.
Ella tenía ocho o nueve años y vivía en Canta cuando escuchó la historia del Che. Supo de él por los relatos de sus tíos, estudiantes de La Cantuta y la UNI. El Che era para su familia un héroe, un visionario, un liberador, y para ella, el protagonista de sus canciones. “Con cuchillo o con cuchara, qué viva el Che Guevara”, cantaba junto a sus primos antes del almuerzo y todos daban un zapateo tremendo al mismo tiempo. La comida era servida poco después y el entusiasmo de los niños, apaciguado; pero la sed de revolución permanecía latente.
Corrían los años 70 y los rumores de que el Che estaba en Bolivia se expandían. “Lo han visto también en la sierra de Perú”, “fulanito lo vio en el cerro junto a unos barbones, altos y tenían machetes”, contaban los peones del campo en casa de la pequeña Mary. Atenta, ella creía esas historias. Después de todo, nadie tenía claro dónde estaba Bolivia, quizá estaba cruzando los cerros de Obrajillo. Mary salía a buscarlo todas las tardes. Iba al campo o a la carretera a Lima. Se paraba y miraba a los viajeros hasta que anochecía. Soñaba que algún día, por una extraña coincidencia, el Che llegaría a Canta e iría a recogerla. Así Mary sería una niña guerrillera y nunca más habría injusticias. Sus esperanzas se deshicieron cuando vio una foto del Che Guevara muerto en el periódico.
Mary Soto pide disculpas por emocionarse y limpia insistentemente con una servilleta las gotas de cerveza que han caído en la mesa del bar. Proviene de una familia de izquierda y se considera afortunada. Lo que no le agrada reconocer es que nació en Lima, en Jesús María. Por eso, guarda silencio cuando lo dice y luego se explica: “Es que yo nací acá, en Lima, porque en mi pueblo no habían buenas condiciones para el parto. Luego, me fui chiquita a Canta”. Por ese amor a Canta, en algunas biografías aparece como canteña.
-En un pueblo tú ves la injusticia y eso siempre me dolió- dice con su voz dulzona. Los ojos de Mary se han encendido. La militancia es para ella una forma de vida que le ha traído muchos problemas. Por eso, no hay mejor idea que hablar de ello con unas cervezas.
En los 80 era imposible ser apolítico. A los 11 años, cuando Mary Soto se mudó a Lima para estudiar la secundaria, iba a las marchas acompañada de su tía. Su militancia comenzó a los 13 en un partido pequeño. A los 15, iba a la academia César Vallejo donde conoció a Edith Lagos y a algunos jóvenes activistas de Sendero Luminoso.
-¿Te invitaron a Sendero Luminoso?
-Muchas veces, incluso ahora me siguen invitando a participar, pero siempre les digo que no.
-¿Por qué?
-Porque no simpatizaba con sus ideas. Yo simpatizaba con el MRTA, eran más amigables, eran guevaristas como yo. Ellos no hacían ajusticiamientos. Y créeme que nunca estuve de acuerdo con la matanza de gente inocente. Aun así, tampoco milité en el MRTA.
Cuando conoció a Edith Lagos, Mary Soto le hizo un poema a la camarada. Entonces tenían 16 años. El poema se titula de “De Karol a Carla , una tarde tomando café” y alude a los seudónimos de ambas. Todavía la poesía no era la prioridad en la vida de Mary. Estaba llena de ideas revolucionarias, las aulas eran espacios de debates encendidos sobre marxismo. Mary acentuó su trabajo como activista cuando ingresó a San Marcos, incluso se fue a Chile para apoyar al MIR en su oposición a Pinochet. La izquierda brillaba en Lima, pero no por mucho tiempo.
Socióloga, educadora, narradora y poeta, pero sobre todo, guevarista, Mary Soto (54) ha vivido los mejores y peores años de su vida al lado de la izquierda revolucionaria peruana. Ni la poesía –su gran compañera- le hizo dejar la militancia, tanto así que los poetas de Kloaka la expulsaron de su movimiento.
La poeta que soñaba fugarse con el Che Guevara
PERFIL : MARY SOTO
crónicas
Mary Soto en el Bar Queirolo del Centro de Lima
Kloaka y los poetas contra el mundo
Integrantes del grupo Kloaka. De izquierda a derecha: Mary Soto, Domingo de Ramos, José Velarde, Roger Santibáñez, Mariella Dreyfus, Edián Novoa y Guillermo Gutiérrez.
Mary ha escogido sentarse debajo de los cuadros de Kloaka y no es coincidencia. En 1982, mientras los apagones sumían el país en el terror dos poetas, Mariella Dreyfus y Roger Santibáñez, brindaban en el bar Wony por la fundación del movimiento contracultural Kloaka. Había nacido la poesía urbana de corte anarquista.
Al movimiento pertenecían también Domingo de Ramos, Guillermo Gutiérrez, Edián Novoa, Enrique Polanco y José Alberto Valverde. Todos poetas rebeldes con ganas de joder el sistema, para ver si se arreglaba un poco. Ese mismo año, Mary Soto volvía de Chile con ganas de aplicar sus nuevas ideas revolucionarias en el MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionario) peruano, pero ya no existía. Se había dividido en pedacitos inimaginables, imposibles de soldar. El partido- que para ella era como la familia- ya no estaba. Se quedó sola, sin bases ni compañeros.
Kloaka la adoptó. Domingo de Ramos la encontró en alguna de sus infinitas visitas al bar Wony y le propuso formar parte del grupo. Ellos ya se conocían de la época escolar y las casualidades –además del arte- los reunieron. Solo la poesía le hizo a Mary dejar un tiempo la militancia. La foto que está colgada en la pared del Queirolo es testigo de esos años. El Grupo posa sobre un auto abandonado, están en el Agustino. Así se sentían un poco ellos al vivir en Lima, subidos a una ciudad agonizante.
Mary solo pensaba en escribir y volver a la militancia durante su paso por Kloaka. Le emociona hablar de aquella época y se ha servido el sexto vaso de cerveza. “La revolución y la poesía no son opuestos, de eso me di cuenta”, dice. En ese tiempo no llegó a enamorarse de nadie, solo “chapes inocentes”, porque ella no podía amar a nadie que no fuese como ella, a su costado tenía que estar un revolucionario. Lamentablemente, Kloaka solo duró dos años y todo fue culpa de las ideas políticas. La rebeldía del grupo se ahogó cuando a Mary y un par de sus compañeros les ganó su corazón rojo.
A ella le divierte mucho recordar que la sacaron de Kloaka. El pronunciamiento de Kloaka -en alusión a Mariella Dreyfus, Guillermo Gutierrez, Julio Heredia y Mary Soto- dice: “los de arriba mencionados quedan expulsados del paraíso para siempre, por incapacidad ideológica y poética”. “Nadie sabía en lo que andaba, estaba en la luna para ellos”, cuenta en voz baja. Esta noche lleva puesta una chompa blanca que cubre una blusa roja, como para demostrar que las ideas también las lleva puestas.
Nunca bajes la mirada
Los ideales de la revolución le costaron perder un grupo de poesía, dos trabajos, amenazas, un secuestro y un susto terrible. Ella da a entender que tuvo suerte o quizás alguna ayudita divina, luego, muestra su cadena de la Virgen del Carmen. Mary es una marxista que cree en los santos. No siempre fue devota de la Carmencita, era atea como lo exige el decálogo del guerrillero. Hasta que empezó a soñar con una virgen y su bebé. Soñaba con ella repetidas veces sin saber su nombre.
La Virgen del Carmen le salvó la vida. Fue justo después de que el papá de su hijo menor cayera preso por militar en el MRTA. Se lo llevaron esposado de su casa ante la mirada atónita de Mary y su hija. En poco tiempo, le dieron 18 años de cárcel. Mary esperaba un bebé y sufría mucho. Embarazada, iba a declarar ante un General que se hacía llamar el Chacal.
El gran susto llegó después. Mary tenía 27 años y una panza de casi 8 meses de embarazo. Fue a visitar al papá de su hijo al Lurigancho; en el paradero ella y otras mujeres fueron detenidas y metidas a un taxi. “Mierda, me jodí, ahora nos torturan”, pensó. El carro dio varias vueltas y terminó por arrojar a las pasajeras frente a una comisaría.
Las acusaron de terrucas y las desnudaron mientras los oficiales se deleitaban examinando con la mirada la vagina de las mujeres. Incluso a Mary la miraron con deseo a pesar de su enorme vientre. El asco no se le quita del rostro mientras narra lo que vivió.
De esa comisaría, las mujeres fueron llevadas a otra dependencia. Mary pensó: “de acá no me saca nadie, carajo” y en la fila para hacer llamadas se adelantó. Quería ser la primera, sabía que aunque les cobraban 20 soles por el turno, de las cinco, solo una llamaría. Logró contactarse con su madre y le explicó la situación, mientras al otro lado del teléfono, a la señora se le partía el alma.
Colgó porque llegaron otras autoridades. La fiscal que fue a ver el caso la miró con desprecio cuando pasó a su costado y Mary se indignó: “Esto es una injusticia, yo tengo un embarazo de alto riesgo, si me pasa algo será su culpa”, le gritó, mientras la magistrada se retiraba.
Esa noche los policías le permitieron dormir en una oficina, lejos de la celda fría. En sueños Mary veía una mujer con mantos largos que sostenía a un bebé. El sonido del teléfono la despertó. Pero decidió no contestar, le aterrorizaba pensar que la habitación podría estar llena de cámaras, y todo fuera una trampa. Cuando se despertó no se reconoció. La mujer que apareció en sus sueños – y que ella no sabía que era la Virgen del Carmen- le había dado una paz increíble.
Cuando el general llegó todos quedaron desconcertados. Era fin de semana y no solía hacer ese tipo de visitas. Los oficiales de segunda estaban sorprendidos, quietos esperando las órdenes. En la celda, el grupo de cinco mujeres planeaba cómo encubrir a Mary en el caso de que quieran interrogarla o torturarla. “¡Qué venga la embarazada!”, gritó el General. Una de las mujeres que acompañaba a Mary en la celda tenía cuatro meses y se ofreció a ir, pero el General insistió: “No, la otra embarazada”.
Parado frente a ella, le dijo: “No sé por qué lo hago, pero te voy a ayudar. Primero, necesito saber por qué estabas con esos terrucos”. Mary le explicó que visitaba al padre de su hijo, que no tenía nada que ver. Y detrás del General, apareció la fiscal: “Por tu culpa no pude dormir, te vamos a sacar, deberías estar feliz”, le dijo.
-A qué te dedicas, le preguntó.
-Yo vendo Ebel, cosméticos, esas cosas. Vivo con mi madrina en Habich. Créame que no tengo nada que ver- Le contestó Mary.
Después de dudar un rato, el general ordenó que la saquen de la comisaría. Pero si descubrían que no era una simple vendedora de productos de belleza, sino una izquierdista; le iría muy mal. Ella temía por su embarazo.
Esa noche su madrina la esperó en casa. Los policías la acompañaron y quisieron ver la habitación donde descansaba. “¿Y ahora dónde estoy hospedada?”, se preguntaba. Todo tenía que ser actuado para que los policías no sospechen y crean que era una mujer humilde. En el cuarto de la madrina, que por esta noche sería el de Mary, todo estaba acomodado como si esa mañana ella se hubiera levantado, cambiado y salido. Todo olía a ella y estaba en perfecto orden: peluches, perfumes, fotos. Mary casi llora de alegría, mientras la madrina le decía a los policías: “Yo le dije a mi hijita que no se metiera con ese tipo, que era malo y ella, enamorada, no entendía”. Mary Soto le rezó a la Virgen de sus sueños esa noche. Estaba segura que ella la había sacado de ese trance.
La segunda vez que Mary cree que la Virgen del Carmen le salvó la vida fue cuando estuvo a punto de morir en un accidente de tránsito. Mary había olvidado el Padre Nuestro y le rezó un poema de Vallejo. Recuerda la escena del choque como una visión, estaba a un mes de dar a luz a su segundo hijo. En medio de la confusión logró salir del auto – no tiene idea de cómo- pero llamó a los bomberos y fue llevada a la clínica donde la atendieron.
Sus piernas estaban llenas de sangre y temía lo peor. “Mi hijo, revisen a mi hijo” pedía. Pero cuando la examinaron, no era su sangre la que manchaba su ropa, ella estaba intacta. Casi ninguna herida. Los demás pasajeros tenían cortes. “Es la virgen que me salvó y solo un tiempo después supe que era la Virgen del Carmen”. Ahora lleva una estampita de ella a todos lados, no le importa que sus amigos se asombren porque es una marxista espiritual.
Su hijo nació sano para felicidad de Mary. Lo que jamás pudo sanar fueron las heridas de la persecución política. En el Queirolo Mary relata sobre los colectivos pro derechos humanos que encabezó y suena su teléfono. “No te preocupes mamita, el color que quieras”, dice Mary. La llamó su hija, una economista exitosa al igual que su hijo menor.
Mary cuelga el teléfono y promete devolver la llamada, manda besos y abrazos. Luego, toma otro sorbo de cerveza.
“Mis hijos son yuppies, qué voy hacer”, dice divertida. Su hija le ha ofrecido comprarle zapatos, la engríe siempre que puede y su hijo hace lo propio. Ellos decidieron no militar en ningún partido, los ideales revolucionarios los han dejado a un lado.
Cuando ambos eran pequeños, un patrullero se estacionó frente a su casa. Eran los años 90. Durante varias semanas, diferentes autos con policías a bordo, tocaban la sirena y daban la vuelta a su cuadra. Observaban a su familia. A los chicos les ha quedado en la memoria el miedo que sintieron entonces. Mary trabajaba por esos años en la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos y recibió una corona fúnebre del Grupo Colina. La nota decía:
“Qué en paz descanse Mary Soto”, recuerda y el rostro le cambia.
Todo eso hizo que sus hijos decidieran alejarse de la vida política. Los asusta la inseguridad, han apostado por una vida más cómoda, sin contratiempos, sin marchas ni protestas o reivindicaciones. Son parte de esa generación de la post guerra interna que se adormece en sus asientos de oficina, tienen ideas claras de lo que quieren, pero la militancia nunca. Mary en cambio no se detiene. Su esperanza en la utopía socialista no se desvaneció con la decadencia de los partidos en los 90.
Son las diez de la noche. En el Queirolo, Bolche se tiene que ir y pide que paguen la cuenta. Mary ha lagrimeado: “sueño con que algún día, aunque no lo vea yo, el mundo sea un lugar más justo. Donde cada uno pueda ser feliz y libre. Esa es mi utopía, por eso lucho”. Nada la había puesto tan sentimental como hablar de sus ideales.
-Eres una soñadora, Mary.
-Eso dicen todos los que me conocen.
La universidad que Mary Soto conoció. Policías allanan el campus de San Marcos. Puerta de Letras 1988, noviembre 29.
Foto: Ernesto Jiménez
Gloria Alvitres Aliaga