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No estaba en sus planes vivir de y para la música. Mucho menos ser contrabajista, pero piensa que su destino estaba marcado y ahora es feliz. Su nombre completo es Karen Yuriko Urtecho Alcázar. A los trece años comenzó a tocar un instrumento musical. Hoy, luego de asistir a sus clases en el Conservatorio Nacional de Música, se dedica a enseñar a niños, adolescentes y jóvenes. El próximo año se graduará como contrabajista. Su especialidad es la enseñanza musical.
-Me gusta que más personas aprendan de lo que yo sé, conozcan y pasen por todo lo que yo he experimentado-.
En 1999 terminó la secundaria en el Colegio Montessori. Como le gustaban las matemáticas, soñó con estudiar en San Marcos y postuló a Ingeniería Química. Le faltó medio punto para obtener una vacante. Para entonces ya había probado un poco más de la música: Marcos, su padre, la invitó a tocar el bajo electrónico en su grupo y ella quedó fascinada. Luego de su fallida incursión universitaria, decidió estudiar en el conservatorio. Postuló y rápidamente ingresó.
-Creo que la vocación estaba por ahí. Por algo pasan las cosas, ¿no?-.
Si de música se trata no hay desafío que le provoque temor. Será por eso que eligió un instrumento poco usual y, además, pesado: 60 kilos aproximadamente, aunque eso depende del material del que está fabricado. Karen toca el más pesado, el de madera.
-Yo soy bajista. Fui a averiguar al Conservatorio si es que había bajo electrónico, y me dijeron que el contrabajo era lo más afín. Me animé cuando me dijeron que no había ninguna mujer estudiando ese instrumento. Allí mismo dije: “Yo misma soy”-.
No hay otro instrumento de cuerda que emita un sonido más grave que el contrabajo. El de Karen tiene cuatro cuerdas: Mi, la, re y sol. Dentro de una orquesta, su vigoroso y profundo sonido aporta un peso y densidad considerables. Tiene la imprescindible misión de lanzar las notas fundamentales de cada pieza musical.
Su función, tan importante como desapercibida, es la base de una orquesta. “Prescinda del bajo y reinará la más absoluta confusión babilónica de lenguas, una Sodoma donde nadie sabe ya por qué hace música”, escribió Patrick Süskind en ‘El contrabajo’.
André Paredes Piérola
Quería ser ingeniera química, pero la química la encontró en la música. Karen Urtecho es la primera mujer contrabajista del Perú. Después de haber tocado en todas las orquestas sinfónicas de la capital, esta joven limeña decidió dejar los escenarios para enseñar a otros cómo se toca un instrumento cuya compañía y sonidos la sedujeron desde el primer encuentro.
La novia del contrabajo
PERFIL : Karen Urtecho
crónicas
Redactor
Esto es lo místico del oficio. Nadie le da importancia a los sonidos graves, pero con ellos tienes el poder. Con ellos les das piso a toda la construcción sonora de la orquesta. Primero se fijan los cimientos con el contrabajo, luego se construyen las melodías con violines, flautas o acordeones.
-Como es un instrumento grande, y de sonido grave, muchos piensan que debe ser ejecutado únicamente por hombres. Creo que a las mujeres, en común, les gusta un sonido más amable, más delicado, como el violín o el piano. Vas a ver muchas mujeres enseñando esos instrumentos.
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Frank, de diecinueve años, acaba de cumplir un mes de clases de contrabajo bajo la tutela de Karen. Asiste religiosamente a sus clases de técnica y lectura musical en el colegio ‘Los educadores’, de San Luis. Frank participa en el programa ‘Orquestando’, gracias al Ministerio de Educación. Karen trabaja allí como instructora.
-Antes tocaba saxo, ahora aprendo contrabajo. Me gusta como suenan sus notas. Su sonido no es común prácticamente.
El salón está semivacío. Un pequeño cuarto pintado celeste y blanco da un tono cálido al lugar mientras afuera se siente el frío de las siete de la noche. Él es el último en quedarse, quiere seguir aprendiendo. Ella, rigurosamente, supervisa si la lección ha sido bien aprendida, al estilo de la tabla de multiplicar.
Frank tiene los dedos de la mano derecha llenos de ampollas, se ven en carne viva, pero eso parece ser solo un detalle que no lo perturba ni incomoda mucho. Responde rápidamente en cuanto su maestra se lo indica. No escatima esfuerzos.
“Haz el acorde de Re Mayor. No, así no es”, insiste Karen, mientras continúa escuchando a su pupilo. Luego, con satisfacción en la mirada, se da cuenta de que ha sido suficiente por hoy.
Ella recuerda cuando también le salieron sus primeras ampollas, en los cinco dedos de la mano derecha. Tenía una herida que, por su constante práctica, nunca llegaba a cicatrizar. Se abría nuevamente. Era un círculo vicioso.
Karen participando del proyecto del reconocido tenor Juan Diego Florez: Sinfonía por el Perú.
Foto: El Comercio
En julio del 2011 sufrió su primer desgarro muscular. Fue en el brazo derecho. Este percance físico es el peor enemigo de un instrumentista de cuerdas. Todo comenzó cuando Karen pasó a la especialidad de su carrera: comenzó a trabajar en dos orquestas; muy aparte de la exigencia como intérprete del conservatorio; debía tocar obras solísticas y, por lo tanto debía estudiar aparte.
-Entonces me exigí demasiado-. Fue más de un año y medio perdido para ella: no pudo tocar ni recibir clases prácticas hasta que terminó su recuperación.
-¿Tú sabes cómo es eso para un músico? Me sentía corta porque quería avanzar, pero no podía.
La tendinitis resistió y volvió a su brazo una mañana de diciembre del 2013. Esta vez su recuperación fue rápida y oportuna, lo que le permitió continuar ensayando con el contrabajo. Eso sí, por ningún motivo dejó de dictar clases. Era lo único que se le tenía permitido hacer.
Pero esta no ha sido la única dificultad que se le presentó a su vocación. Muy pocos taxistas accedían a trasladar el contrabajo, dadas sus proporciones pensaban que no lograría ingresar a sus vehículos. Para ahorrarse inconvenientes ahora solo se moviliza en un taxi particular.
Vive en un edifio de departamentos en Jesús María, y a sus vecinos les fastidia el ruido de sus ensayos por las tardes. Para no incomodarlos, Karen ensaya por las tardes en el conservatorio o se encierra en el estudio acústico que ha heredado de su padre, dentro del departamento.
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Karen frota el arco sobre las cuerdas, estas vibran y desatan sonidos. Luego deja el arco y pulsa las cuerdas con la yema de los dedos, aplicando la técnica ‘pizzicato’ o pellizco. El sonido que provoca se aleja de lo clásico, llega a sonar más rumbero o estilo salsa. Todos estos géneros también forman parte de su training cotidiano.
Su rutina diaria de práctica son dos horas como mínimo. Empieza a tantear las cuerdas. Tun, tún, tun… tún, tun. Mueve los dedos con una ligereza impresionante. La destreza de una mecanógrafa queda chica a su lado. Abraza el contrabajo como si fuese un ser amado: lo rodea y envuelve con el brazo izquierdo sobre el hombro y pone el brazo derecho sobre sus cuerdas bajas, a la altura de su cintura.
Karen es más baja que su inseparable contrabajo: treinta centímetros menos que él.
-Como ves yo no soy tan alta, y mis manos son un poco gruesas, por eso es que tengo firmeza en el instrumento-. Mientras lo menciona, al mover sus manos diviso las pequeñas callosidades entre dedo y dedo.
-¿Tú tocas el contrabajooo? Todo el mundo se lo pregunta impresionado. Recuerda las anécdotas mientras dibuja una sonrisa en el rostro. Ella se siente halagada cuando, luego de responder, comienzan las felicitaciones por el mérito.
-¿Se podría decir que siempre has sido la primera en todo?
-Sí, soy la primera mujer contrabajista en tocar en todas las orquestas. Por ejemplo, en la Orquesta Sinfónica Juvenil del Perú del Ministerio de Cultura, la primera contrabajista que tocó allí soy yo. En Sinfonía por el Perú, postulé y la agarré a la primera. Gabriel, un amigo violista, me animó a hacerlo. También trabajé en la Orquesta Juvenil del Ministerio de Educación, donde fui la primera mujer contrabajista del ensamble.
Todos hombres, en un cuarto (ensayando) y yo era la única mujer.
Pero ahora quiere dedicarse a la enseñanza musical. No hay cansancio alguno en su decisión. Eso queda claro además al observar su mirada llena de esperanza. Karen reafirma sus ganas de seguir enseñando música: “Se viene un proyecto para trabajar con niños del albergue. El INABIF quiere formar una orquesta sinfónica con violín, violonchelo y contrabajo. Empezaremos todo desde cero”.
Ahí es donde entra el talento de Karen, otra vez, para cumplir su destino.
Este ritmo y melodía son inconfundibles. Un sonido seguido de otro más se enlazan para desencadenar lo que llamamos una marinera. Una potente y risueña voz lírica acompaña a la orquesta. Es el tenor Juan Diego Flórez interpretando El Palmero, marinera limeña, durante el concierto inaugural de la Orquesta Sinfónica Juvenil "Sinfonía por el Perú", el 18 de enero del 2012. Los violines entonan la línea melódica, los trombones silban y se lucen por los aires. La percusión golpea el ritmo a seguir y la voz del cantante hace retumbar los palcos del Teatro Municipal de Lima. También estaba allí Karen Urtecho, tocando entre los miembros de la orquesta. Ni entonces ni ahora era una más del grupo, no. Ella destaca por ser única. Ni siquiera su lugar en la última fila, al lado derecho del escenario, y su medio cuerpo cubierto por las dimensiones del instrumento, la han opacado. Y es que ella es la encargada de darle equilibrio a toda esa música con el contrabajo.
Karen en una de sus presentaciones en el salón de los espejos del Teatro Municipal.
Karen en el auditorio del colegio 'Los educadores', donde imparte clases de
música a los más pequeños y adolescentes.
Karen demuestra su destreza con el contrabajo como método de enseñanza para con
sus alumnos.