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Fachada del Hogar de la Paz ubicado en pleno corazón de la ex Parada.

Las calles de La Parada continúan invadidas por informales, estibadores, chatarreros, drogadictos y delincuentes.  Rodeado por esa peligrosa fauna,  está el Hogar de la Paz, a cargo de las hijas de la beata Teresa de Calcuta. Estas religiosas, de hábito blanco y celeste, ayudan a cientos de  personas que por diferentes circunstancias de la vida lo han perdido todo.

 

Fue Teresa de Calcuta durante su primera visita al Perú, en 1973, quien decidió fundar esta casa.  Antes era un convento, pero luego fue transformado en un refugio para los más necesitados,  aquellos que llamaron una vez a la puerta y fueron recibidos con los brazos abiertos por las seguidoras de la célebre religiosa.  Son doce monjas  y cinco aspirantes. Misioneras de Argentina, México, Colombia, Bolivia, India y Perú.  Muchas de ellas han dejado de lado sus familias y su patria para atender a cientos de ancianos, mendigos y huérfanos. 

 

La madre superiora, la colombiana Aurora de San Francisco de Sales, cuenta que la madre Teresa eligió La Parada, para fundar el hogar porque le recordaba a Calcuta,  donde también se veía el mismo ambiente.  Qué mejor lugar para servir a los no amados, a los no deseados y a los que la sociedad ve como un estorbo.

 

 

Las religiosas evitan dar información sobre ellas. Existe una norma en la institución: nada de fotos ni entrevistas con ellas ni con los desamparados. La única autorizada para conversar es Aurora, la superiora de la casa, una mujer de 52 años, de mediana estatura, algo gordita, ojos claros y tez blanca.

 

 

- ¿De dónde proviene usted? 

-De Barranquilla, Colombia. 

 

- ¿Y cuándo descubrió su vocación?

-A los 16 años yo hacía muchas labores sociales. En los años 70, la visita de la madre Teresa a mi país, me motivó a seguir su camino. Fue una experiencia única que lo es todo para mí.

 

- ¿No te dio miedo renunciar a todo por esta labor?

- Al principio un poco, pero tuve el apoyo de mi madre, y así en el camino fui descubriendo lo que Dios tenía preparado para mí. Finalmente eso fue lo que encontré, el amor a Jesús a través de los que más nos necesitan.

crónicas

En medio del bullicio y el desorden que impera entre las avenidas 28 de julio y García Naranjo, en La Victoria, hay un apacible lugar, ignorado por muchos. Aquí un grupo de mujeres de buena voluntad acoge y atiende a cientos de indigentes y niños enfermos.

José Villanueva

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Redactor

Un pedazo de cielo en medio del infierno

La Congregación Misioneras de la Caridad alimenta cada día a 250 familias de Lima

Madre Aurora atiende a hermanas voluntarias que llevan ayuda.

-¿Cómo motivar en otros la ayuda al prójimo?

 

-Si alguien quiere ayudar, entonces que venga, que vea con sus propios ojos nuestras carencias y decida de qué forma lo puede hacer.

 

Aurora llegó al Perú en 2008. También ha estado en Cusco, Áncash, Ayacucho y Loreto, donde las religiosas tienen otras casas. El año pasado fue elegida Madre Superiora. Las visitas permitidas para el público son los lunes, miércoles, viernes y sábados. La puerta principal del Hogar de la Paz está en la avenida 28 de julio, pero hay otra en la parte posterior, por la calle Pisagua, donde han asaltado a varios visitantes.  Justo ahí, en medio de los ambulantes, y los indigentes tirados en el suelo, hay un portón de color marrón por donde ingresan los alimentos y donaciones.

Todos los días las misioneras de la Caridad ofrecen desayuno a familias pobres de La Victoria, El Agustino y otros distritos aledaños. Un chocolate caliente, y dos panes, uno con queso y otro con aceituna, bastan para alegrarle la mañana a cualquier comensal. Pero hay otro motivo para entusiasmarse.

 

Los hermanos de la cofradía “Niño Jesús de Praga” han llegado con donaciones. Cuando la superiora sale a recibirlos, y descubre veinte paquetes de pañales, bolsas de ropa y útiles de aseo para niños y ancianos, la emoción la desbordó. Un segundo después, mientras miraban cómo descargaban  la ayuda, reflexionó:

 

-No muchas personas vienen así nomás trayendo tantas cosas. Ten en cuenta lo peligroso que es el lugar donde estamos ubicadas. Dios pague con creces su acto solidario.

 

El hogar es más grande de lo que parece por fuera. En el patio principal, descubro un jardín y las imágenes de Jesús, María y de la madre Teresa.  Al lado, entre las flores, leo en unos letreros mensajes de la fundadora: En esta casa no habrá tiempo para descansar, lo tendrás cuando ya estés en la eternidad.

 

Sentados alrededor del patio están los ancianos, entre ellos Pablo Sánchez, de 78 años, quien ayuda a Teodolinda, su esposa, a desayunar.  Ella, una anciana encorvada, cogía un vaso con dificultad. "¡Pobrecita, está viejita y ciega!, me da pena", dice Pablo, apoyado en un viejo palo de escoba que le sirve de bastón. Los esposos Sánchez no tienen familia y están en el Hogar de la Paz desde febrero de este año.   

 

-Mi esposa y yo éramos chatarreros, recogíamos fierros viejos para venderlos y así poder tener algo de plata para pagar el alquiler de nuestro cuarto,  pero con el tiempo mi esposa sufrió de catarata y casi ya no podía caminar, no teníamos dinero y el dueño de la casa nos echó sin compasión, de no haber sido por la caridad de las hermanas no sé qué hubiese sido de nosotros.

 

En esta casa ellos pueden encontrar un poco de cariño y la atención que cualquier adulto mayor  necesita. Veo muchos ancianos solos, algunos sonrientes, otros inválidos, sentados en su silla de ruedas. Los escucho conversar de política, otros cuentan las hazañas de sus años mozos.

 Imagen de la Beata Teresa de Calcuta al interior del Hogar de la Paz.

En el segundo piso está el pabellón de los niños especiales. Veintiuno sufren retardo mental, leve o severo.  La edad de estos niños oscila entre los 5 y 8 años. La mayoría fueron abandonados por sus padres y acogidos por las hijas de la Madre Teresa.  Atenderlos requiere de mucha paciencia, responsabilidad y cariño. No saben valerse por sí mismos y pasan la mayor parte del tiempo sentados en sillas de ruedas. 

 

Todos ellos llegaron a los brazos de las hermanas después de liberarse de los abusos y maltratos de sus padres o familiares. Davik y Kerlien son dos universitarios polacos que vienen dos veces llevando ayuda.  A diferencia de su compañera, él habla mejor el español. Cuenta que están en Perú por un programa de intercambio.  “La dueña de la casa que nos hospeda viene con frecuencia. Nosotros, miércoles y viernes. Nos encanta acompañar a los niños”.

Los voluntarios les hacen compañía, lavan la ropa, los bañan, visten y alimentan.  En otra habitación reposan cinco niños parapléjicos, que son alimentados por sondas. Al frente, en la cocina, está Gaddi, una misionera de India que prepara el almuerzo para los niños. Ella dirige a  tres mujeres que planchan la ropa y tienden las camas.   

 

La mayoría de estos niños nacieron de violaciones o con retardo mental y fueron abandonados en la puerta del hogar. Aurora recuerda el mensaje de la Madre Teresa a las mujeres: no aborten, en caso no quieras tener a tu hijo, entrégalo a la congregación.

 

Uno de esos niños es Ian López,  de ocho años.  A diario una voluntaria lo cambia y alimenta. Ella cuenta que  los de padres Ian lo trajeron de pequeño a esta casa.  Al parecer la malformación con la que nació fue consecuencia  de las adicciones de sus padres. 

 

A pesar de sus dificultades para hablar sabe dar la mano a cualquier persona que lo saluda.   “Es lamentable vivir en una sociedad frívola, donde existe un rechazo a estas criaturas  inocentes”, señala Rosa Aguirre una de las voluntarias.  

 

Así como las religiosas y voluntarios hay profesionales que se unen a la labor que realizan las madres de la caridad y prestan sus servicios en forma gratuita. Como lo hace Walter Azcona, terapista ocupacional: "Trabajo desde hace casi dos años en el hogar. Cuando dispongo de tiempo libre, colaboro con las hermanas, eso me ha hecho valorar más la vida". Confiesa que no tiene hijos, pero siente una alegría inexplicable cuando ve los progresos de sus pacientes. Para Walter el mejor pago es devolverles confianza y verlos sonreír.

Tanto el almuerzo para ancianos y niños  se sirve a las 10.30 de la mañana.

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