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Los Cabitos: 30 años después

Kevin Esqueche

Redactor

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Un cementerio clandestino en un cuartel militar

A varios metros bajo tierra de un cuartel de Huamanga, yacen centenares de restos óseos de ayacuchanos que en los años ochenta fueron torturados e incinerados. Hasta hoy, familiares esperan la exhumación e  identificación de sus seres queridos. Lo que los miembros del Ejército hicieron en el cuartel Los Cabitos fue sin duda una práctica sistemática, aseguran especialistas. Tres décadas después, este lugar será declarado Santuario de la Memoria.

 

 

- ¿Por qué te casaste con un terruco?

 

Cada vez que Adelina acudía al cuartel Los Cabitos para buscar a su esposo, era víctima del hostigamiento de los militares.

 

- ¿Por qué no te casas conmigo, que estoy luchando por la patria?

 

Adelina recuerda la madrugada del 1 de diciembre de 1983 como si fuera ayer. Los militares detenían a civiles de manera indiscriminada en todo Ayacucho y los acusaban de ser integrantes o simpatizantes de Sendero Luminoso. Su esposo, Zósimo Tenorio Prado, cerrajero, y estudiante de agronomía de la Universidad San Cristóbal de Huamanga, fue uno de ellos: un grupo de militares del cuartel Los Cabitos se lo llevó a golpes de su casa. Cuando Adelina García Mendoza despertó (uno de ellos la desmayó de un culatazo en la cabeza), su esposo ya no estaba su lado. Solo vio a su hija llorando desconsoladamente.

 

Hoy Adelina García tiene 48 años y es la presidenta de la Asociación Nacional de Familiares de Secuestrados, Detenidos y Desaparecidos del Perú (ANFASEP), institución que fundó hace 30 años junto a otras mujeres ayacuchanas que desde 1983 denunciaban la desaparición de sus padres, esposos,  hijos y hermanos. El pasado martes 2 de setiembre ellas conmemoraron este aniversario en La Hoyada, un paraje del cuartel Los Cabitos donde algunos militares torturaron, ejecutaron, quemaron y enterraron a cientos de detenidos. Adelina está convencida de que los restos de su esposo (aún) se encuentran allí.

 

*

 

“En Cabitos, lamentablemente, no todos los restos podrán ser identificados”, aclara Franco Mora, arqueólogo-forense del Equipo Peruano de Antropología Forense (EPAF), organización civil dedicada a la búsqueda de personas que desaparecieron durante el conflicto armado. Hasta el momento en el cuartel  se ha hallado los restos de 109 personas. De ellos, solo tres han podido ser identificados. A pesar de estos desalentadores resultados, Adelina aún tiene esperanzas de encontrar los restos de su amado Zósimo.

27 de junio del 2013: Jueces a cargo del proceso por los delitos cometidos en el cuartel Los Cabitos, examinan el terreno del sector conocido como ‘La Hoyada’. (APRODEH) 

2 de setiembre del 2013: Señoras Angélica Mendoza, Sergia Flores y Adelina García, familiares de desaparecidos del caso Los Cabitos en misa en Huamanga por los 30 años de ANFASEP. (COMISEDH)

Por aquellos días era común escuchar en Huamanga una versión que aterrorizaba a los ayacuchanos: en Cabitos se construían hornos para quemar los cuerpos sin vida de los  detenidos acusados de formar parte de Sendero Luminoso.

 

Los domingos al mediodía, los militares de Los Cabitos se dirigían a la Plaza Sucre para realizar el acto protocolar del izado de la bandera. Un día, según cuenta Adelina, “cuando en el cuartel no había nadie”, un grupo de señoras ingresó al fortín a las 11 de la mañana y confirmó los rumores: subieron a una torre y descubrieron que en la depresión colindante al local castrense había cenizas y restos humanos. Denunciaron estos hechos ante las autoridades, pero estas las llamaron “mentirosas”.

 

No se tiene información precisa sobre el número de detenidos en Los Cabitos durante esos años. No se sabe cuántos lograron salir con vida ni cuántos fueron asesinados. Según se menciona en el proyecto Human Rights Trials in Peru (rightsperu.net), de las investigadoras Jo-Marie Burt (estadounidense) y María Rodríguez (peruana), el Instituto de Medicina Legal del Ministerio Público (IML) calcula que los restos de al menos mil personas habrían sido escondidos debajo de los terrenos del cuartel.

 

“Esto hace de Los Cabitos un caso complejo”, advierte Franco Mora. Si no se sabe cuántos fueron llevados a este lugar, mucho menos se sabe de sus identidades. La única fuente que podría ayudar a esclarecer esta última interrogante es el Ministerio de Defensa, que debe conservar los registros completos de las personas que fueron detenidas en el cuartel ayacuchano. Lamentablemente, tanto esta institución como el Ministerio del Interior se han negado a colaborar en las investigaciones de este caso.

 

Pero hay otro factor que hace aún más compleja la labor de identificación de los restos: muchos detenidos en Cabitos fueron llevados a otros cuarteles del Ejército. “En el juicio por este caso se demostró que hubo detenidos que fueron trasladados de una base militar a otra en Ayacucho y Huancavelica. Por ejemplo, gente que había sido detenida en Totos fue llevada a Cabitos, y gente de Cabitos fue llevada a Totos y asesinada allí. Es bien complicado, no hay información completa”, precisa Mora.

 

La única posibilidad de identificar a una persona es por análisis de ADN, asegura el arqueólogo. Por ello no ayuda mucho la comparación de una persona cuando estaba viva y de cuando supuestamente fue encontrada, así como la identificación de prendas que pudieran hacer los deudos. “Se sabe que en la base militar los interrogaron, los torturaron y los desnudaron. No sería extraño que esas prendas luego fueran utilizadas por otras víctimas”, detalla.

 

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Las pesquisas forenses comenzaron en 2005 tanto en fosas individuales como colectivas. De los 109 restos hallados, 58 están completos, mientras que los demás son solo partes: fémures, mandíbulas y cráneos. Se hicieron análisis de ADN con el objeto de comparar las muestras de estos restos con la saliva de personas que aseguran que sus familiares fueron llevados a Los Cabitos. 475 muestras fueron comparadas con los restos hallados. Uno por uno. Al final los análisis solo permitieron identificar a tres personas. “Pero nuestro trabajo no acaba ahí, vamos a seguir recogiendo muestras”, ratifica Mora.

 

Hay solo un procedimiento válido para establecer la identidad de estos restos: compararlos con el ADN de otras personas, pero es probable que muchos de los cuerpos desenterrados en Los Cabitos no logren ser identificados debido a que sus familiares ya fallecieron o porque el fuego liquidó el ADN. Sin nadie que los reclame, se quedarán olvidados en una caja.

 

Muchos detenidos en Los Cabitos recuperaban su libertad quince días después. Pero Zósimo nunca regresó. O, mejor dicho, nunca lo devolvieron. Adelina y Zósimo vivían en una quinta de Huamanga. Cuando se lo llevaron solo alegaron que le iban a hacer unas preguntas. Horas después un militar le confirmó a Adelina que su esposo se encontraba allí y que debía esperar.

 

“Yo sé que él está ahí, aunque sea en cenizas, pero está ahí”, insiste.

 

*

 

En 2003, la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) logró establecer que por lo menos 136 ciudadanos fueron víctimas de abusos en el cuartel Los Cabitos, desde detenciones arbitrarias hasta ejecuciones y desapariciones. En su Informe Final, en el capítulo referido a Los Cabitos, asegura que el destacamento del Ejército “tenía una estructura jerarquizada rígida por su condición militar”, por lo que “resulta evidente que los altos mandos de la citada instalación […] han tenido el dominio y control de los actos violatorios a los derechos humanos”.

 

 

La historia negra de Los Cabitos empezó el 21 de octubre de 1981, cuando el entonces presidente Fernando Belaúnde Terry decretó el estado de emergencia en cinco provincias de Ayacucho. Los Cabitos, ubicado en su capital Huamanga, era el fortín militar más importante de este departamento; su papel en la lucha antisubversiva era fundamental. Ante las denuncias de familiares, respaldadas por miembros del Congreso, e incluso el Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, quien visitó Ayacucho en 1984, los jefes políticos-militares de esta región eran relevados frecuentemente. En diciembre de 1982 fue nombrado el general EP Roberto Clemente Noel Moral,  y poco más de un año después, en 1984, lo reemplazó el general EP Adrián Huamán Centeno. Este último  no duraría mucho tiempo en el puesto y sería remplazado por el general EP Wilfredo Mori Orzo.

 

Según las conclusiones de la CVR, los mandos militares de Los Cabitos “ordenaron, permitieron o cometieron violaciones de los derechos humanos de la población local”.

Adrián Huamán Centeno en una entrevista para la revista Caretas en julio del 2007. Durante su gestión se produjo el mayor número de víctimas de todo el conflicto armado interno, según la CVR, pero él rechaza todos los cargos.

“[El coronel César] Martínez le explicó luego a Jesús Sosa que debía identificar los posibles lugares de entierro de muertos en los predios del cuartel, y ayudar a desenterrarlos y calcinarlos en un horno construido para el propósito”, narra el periodista Ricardo Uceda en su libro Muerte en el Pentagonito, publicado en 2004. En él, contó con la colaboración del suboficial Jesús Sosa Saavedra, quien explica detenidamente, detalle a detalle, cómo eran exhumados y calcinados los cuerpos de personas asesinadas en Cabitos para, según ellos, no dejar ningún rastro. Ya en 1984, el comandante Martínez calculó en 300 los cuerpos desenterrados e incinerados, según cuenta Uceda.

 

El capítulo en el que se desnudan estos repulsivos hechos se titula “La ladrillera”, pues los hornos supuestamente fueron construidos para construir ladrillos. El accionar de los militares en Los Cabitos está narrado en la primera mitad del libro.

 

Tal como explican Burt y Rodríguez en su investigación, los mandos militares eran relevados cada año; lo que obliga a delimitar los procesos judiciales contra los jefes de dicha base militar año por año, de 1983 para adelante. Por los casos de ‘Cabitos 83’, están siendo juzgados siete militares. Según denuncia de la Fiscalía de la Nación, ellos “son los principales responsables de los crímenes cometidos en el cuartel militar Los Cabitos, y deberían ser castigos por ello según manda la ley”.


De hecho, en el libro de Uceda se narran insólitas razones por las cuales se consumaban estos asesinatos, como la ejecución de testigos de una violación: “¿Cuántos habría bajo tierra? Por lo menos quinientos, según el personal más antiguo, pero nadie lo conocía a ciencia cierta. Mataban prisioneros sin haber sabido qué preguntarles”.

2 de setiembre del 2013: diversas instituciones y personalidades, como la Defensoría del Pueblo, APRODEH, el congresista Víctor Isla y “Mamá” Angélica visitaron uno de los hornos que se utilizaron para incinerar cuerpos.

Para Jo-Marie Burt, la escala de la responsabilidad no llega solo a los militares: “Se ha demostrado que lo acontecido en Cabitos, así como en la masacre de Accomarca, fueron parte de prácticas sistemáticas. En estos casos hay responsabilidades políticas y penales”. Y estas alcanzan a Fernando Belaúnde Terry, presidente en ese entonces.

 

“En vez de pacificar, Belaunde dejaba que se cometieran las desapariciones”, coincide la señora Adelina.

 

Ella no siente rencor por los militares. Dice que quienes mataron a muchos inocentes allí “ya no están en el país” y los jóvenes que están sirviendo ahora en el Ejército no tienen la culpa. Si algún rencor conserva en el corazón es contra los políticos, pues los últimos tres presidentes –luego de la recuperación de la democracia–, se solidarizaron y comprometieron con las madres de ANFASEP, pero, según ella, solo las “usaron”. Recuerda las palabras de Alan García en la campaña electoral de 2006: “Cuando lleguemos al gobierno vamos a tener las puertas abiertas para ustedes”. Una vez en el poder, en vez de recibirlas, García promulgó el Decreto Supremo 051 en el que ponía el límite de 100,000 soles a las reparaciones individuales para las víctimas del conflicto armado. “Es una burla”, asegura.

 

Para Adelina y las madres de la ANFASEP, descubrir la verdad no es un favor, es un derecho. “Han truncado nuestros proyectos de vida”, lamenta con pesar. Muchas madres muerieron en el camino. Por eso a ella la pone contenta que muchos jóvenes ayacuchanos, entre ellos algunos huérfanos, se unan a la Juventud ANFASEP, colectivo que continuará con la búsqueda que las madres luchadoras iniciaron. “Ojalá algún día ellos sepan realmente qué pasó”, sueña Adelina.

 

Al aniversario asistieron organizaciones comprometidas con las madres, pero, sobre todo, instituciones del Estado. La presencia que más destacó fue la del Viceministro de Derechos Humanos, José Ávila, quien develó una placa en honor a la ANFASEP, la cual llevaba grabada la frase: “El Estado Peruano nunca más dejará a sus hijas e hijos solos”.

 

Las madres anhelan que Los Cabitos sea declarado Santuario de la Memoria, pero este cuartel sigue en poder del Ministerio de Defensa. La tercera semana de octubre se informó que los terrenos pasarán a ser administrados por las autoridades regionales y municipales. Desgraciadamente, estas tendrían otros planes.

Al mencionar el “intercambio de prisioneros entre cuarteles”, el arqueólogo-forense Franco Mora señala, además, que es posible que en muchas de las bases militares también existan cementerios clandestinos. “Los Cabitos es la única base militar que está en investigación”, precisa. “Ha quedado demostrado que en todas las bases militares se practicó el mismo patrón que en Los Cabitos”, agrega Burt.

Según la APRODEH, institución que patrocina a las víctimas y familiares de este caso, en 2010 el Ministerio Público formuló acusación a estas siete personas por los delitos de: abuso de autoridad, lesiones graves, secuestro y desaparición forzada; asimismo, solicitó que se les imponga 30 años de pena privativa de la libertad y el pago de 10 millones de soles de reparación civil a favor de cada una de las 52 víctimas comprendidas en este proceso penal.

Los militares acusado en el proceso “Cabitos 1983” son: Carlos Briceño Zevallos, Julio Coronel Carbajal D'Angelo, Carlos Millones D’Estefano, Roberto Saldaña Vásquez, Edgar Paz Avendaño, Humberto Orbegozo Talavera y Arturo Moreno Alcántara.

Derechos Humanos

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