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La vida de Marta Robin se tornó dramática en mayo de 1918, cuando siendo aún joven le sorprendieron unos intensos dolores de cabeza, y sentía que los ojos le iban a estallar. Su cuerpo comenzó a estremecerse presa de un estado febril. Años más tarde Marta recordará:

 

-Antes de mediodía me caí en la cocina enferma y pedía un médico a gritos.

 

Marta entró en coma, los doctores Pangon y Allemand diagnosticaron un tumor cerebral y todos esperaban su muerte. A las tres semanas dio algunos signos de vida, pero permaneció en un estado de letargo durante 27 meses. Su pequeña habitación tuvo que ser oscurecida por gruesos cortinajes porque ella no soportaba el brillo solar. Dos años después de producirse los primeros síntomas, la muchacha volvió en sí y mejoró visiblemente. Comenzó a comer otra vez y recuperó las fuerzas. Quien la veía caminar con dificultad, hubiera pensado que siempre fue minusválida. Pero ese no era el caso.

 

Marta había nacido el 13 de marzo de 1902, en Châteaneuf-de-Galaure, cerca de Lyon, Francia, en una región caracterizada por el agnosticismo de sus habitantes. Era la hija menor de los seis vástagos engendrados por Joseph Robin y Amelia Chosson, conocidos campesinos de la zona. La familia vivía un tanto aislada en su finca de La Plaine, una propiedad que les permitía sobrevivir de manera digna.

 

Marta estudió primaria en San Bonnet, el pueblo más cercano. Desde muy niña comía poco, tenía una figura delgada y era baja de estatura -un metro 54 centímetros-. Su cabellera, corta y negra, iba bien cepillada hacia atrás y acomodada a los costados cubriéndole las orejas. Usaba unos lentes de gruesas monturas circulares. Era modesta y vestía trajes sencillos, faldas largas, colores enteros. Su carácter era vivaz y le encantaba bailar con las vecinas cuando se daba la ocasión. A los 13 dejó de asistir al colegio para ayudar a su madre.

 

Toda su alegría terminó cuando se desvaneció en la cocina de su casa. En 1921 le aparecieron fuertes dolores en las rodillas y se debilitaron sus piernas. Dos años más tarde, los médicos le recomendaron tomar baños de resina en los hornos sauna de Saint Peray. Marta confió mucho en ese tratamiento. Escribía esperanzada desde el balneario medicinal:

 

-El día del matrimonio de mi hermana vamos a bailar tío. ¡Cuento con usted! No lo olvide.

 

Al terminar el tratamiento, la joven regresó a su hogar cojeando, apenas podía caminar. Pero el tiempo que pasó en Saint Peray le sirvió para darse cuenta que su sufrimiento era voluntad de Dios. Ella no comprendía la utilidad de tanto padecimiento. Más tarde reflexionó con su confidente, el padre Finet: “Luché con Dios. Pero después de años de resistir, acepté”.

 

Cuando al fin comprendió que su misión era sufrir como Jesús para la salvación de los demás se consagró a Dios. Tenía 23 años. El 15 de octubre de 1925 redactó su acto de consagración: “Señor, Dios mío, le pediste todo a tu pequeña servidora. Pues bien recíbelo todo”. Desde entonces no buscó librarse de su extraña dolencia.

En 1927, luego de estar tres semanas inconsciente, Marta refirió que se le había aparecido Santa Teresita del Niño Jesús, quien le aseguró que no moriría y que su misión se extendería a todo el mundo.

 

-Me lo dejó todo a mí, la muy pilla- solía decir Marta a sus visitantes con una sonrisa.

 

La paraplejia inmovilizó primero sus piernas, que poco después, se encogieron. Luego, perdió movilidad en las manos y los brazos. Ella lo tomó con calma y mandó preparar un banco-cama, del que no volvería a levantarse en lo que le quedó de vida. 

 

Marta yacía postrada en su diván, resignada a su suerte en una sombría habitación. Cualquiera aborrecería su estado, pero ella no. Tenía fe y confianza en Dios. Tal vez por esa misma razón Jesús vino a su encuentro y le preguntó:

 

-¿Quieres ser como yo?

 

-Yo le respondí que sí.

Perfil/Marta Robin

Elegida para ser estigmatizada

Esta es la historia de una mística francesa que pasó casi toda su vida enferma, aquejada por una rara dolencia. A los 16 años empezaron los primeros síntomas; a los 23, y en medio de su dolor, se consagró a Dios; a los 28 sus sufrimientos comenzaron a asemejarse a los de la pasión de Cristo y fue estigmatizada por Él. A partir de los 30 no comió ni bebió otra cosa que no fuera la Santa Eucaristía hasta el día en que murió, a los 79 años, un 6 de febrero de 1981. ¿Qué significado tuvo su vida?

crónicas

Redactor

P. Roger Duval, en su oficina del colegio de Ñaña.

El 4 de octubre de 1930, fiesta de su protector San Francisco de Asís, Marta Robin recibió los estigmas de la pasión de Cristo.

 

-Sentí un fuego quemante por fuera, pero sobre todo por dentro.

 

El cuarto de Marta se iluminó de repente y ella experimentó un gozo indescriptible:

 

-Me pareció que un dardo salió del corazón de Jesús crucificado y se dividió en dos para atravesar mis manos; pero al mismo tiempo, sentía que eran perforadas por dentro.  

Desde entonces, sus padecimientos comenzaron a asemejarse a los de Cristo: traicionado, golpeado y crucificado. “Cada jueves todo mi ser es oprimido por sufrimientos especiales, angustia y tristeza”. Marta confiaba estos detalles solo a su confesor o a las personas más allegadas a su entorno familiar. No eran solo los estigmas lo que experimentaba la vidente. En su diario personal escribió: “Son dolores de alma y cuerpo, que aumentan a medida que se acerca el estado de agonía. Siento que me llega la muerte en el abandono supremo del cielo”.

 

Durante casi 50 años, Marta Robin tuvo experiencias místicas: momentos en los que llegó al grado máximo de la unión de su alma con Dios y sus santos. “Fui visitada por Jesucristo, la Virgen María e incluso el demonio. Este último se enfureció contra mí por abandonarme en las manos de Dios”. No es extraño que el demonio se le aparezca a un vidente. Santa Rosa de Lima, San Martín de Porras y muchos otros narraron las mismas experiencias. Marta confesó a su director espiritual, el padre Finet:

 

-Satanás me golpea, me tira al suelo o se burla de mí. Él siempre tiene rabia; pero cuando aparece la Virgen no puede nada contra ella.

 

El tiempo pasa y estas escenas se repiten semanalmente. A los 30, Marta no es capaz de comer ni de beber. Poco después pierde el sueño y se queda ciega. Sus ojos abiertos continuamente contemplan el vacío en la oscuridad más absoluta. Su único alimento era la Sagrada Eucaristía hasta el día que murió, con 79 años, a comienzos de 1981.

 

El testimonio del padre Finet revela como la encontró sin vida: “Regresé el viernes 6 de febrero a mediodía y la hallé en el suelo. La puse sobre el diván y sentí que sus brazos estaban helados”. Finet asegura que oyó la voz de Martha que le decía: “Él (diablo) me ha matado”.

 

Dos sacerdotes siguieron de cerca la vida martirizada de Marta: Faure, párroco de Châteaneuf, y Finet, sacerdote de Lyon, que llegó a conocer a la mística por una eventualidad: Ella había encargado un cuadro de la Virgen María, mediadora de todas las gracias, y él fue quien se lo trajo. Este hecho, aparentemente circunstancial, terminó cambiando el rumbo de su vida. Marta le comentó que Dios le había encomendado una tarea. Fundar centros de verdadera vida cristiana, inspirados en la Sagrada Familia. Eran casas de retiro que se esparcirían por todo el mundo y a las que Jesús dio el nombre de Foyers:

 

- Quiero que el Foyer sea una fuente resplandeciente de luz y de amor. Un centro de grandes resurrecciones espirituales, un oasis vivificante para las almas de buena voluntad desanimadas por los escépticos, una casa para los pecadores.

La inspiración de Robin nace y crece en el Perú

Desde entonces los Foyers de Charité se han extendido por el mundo entero. También en Ñaña, a la altura del kilómetro 19 de la Carretera Central, se encuentra una de estas 80 comunidades internacionales. Sobreviven con la ayuda de Dios y la caridad de los fieles. Todas inspiradas en la experiencia de fe de Marta Robin.

El padre Roger Duval fue el iniciador de la floreciente obra en el Perú. Empezaron de la nada y ahora poseen seis hectáreas donde han levantado dos escuelas y una casa de retiros, rodeada de hermosos bosques. Y esto sin realmente habérselo propuesto. Todo parece apoyado por la ayuda celestial de su fundadora y el deseo de Dios para que los retiros espirituales de Ñaña sigan adelante. Roger Duval afirma que Marta Robin está en proceso de beatificación. Su causa está en Roma y ha sido declarada Sierva de Dios.

 

Mientras Roger habla, se oye la música de una actuación por el Día de la Madre en el colegio del Foyer. Un mensajero entra a la oficina y comunica que están esperando al padre en la escuela secundaria para la clausura de la ceremonia. El sacerdote se pone de pie, se despide cortésmente y se va a dirigir unas palabras a sus vecinos. Al terminar la ceremonia, Roger sale calmadamente, coge su bicicleta, se monta sobre ella y pedalea cuesta arriba por el sendero polvoriento que conduce al Centro de Espiritualidad Santa Rosa, que asoma entre una frondosa arboleda inundada por los rayos del sol.

El sueño de Marta Robin se ha hecho realidad. 

Roy Zuñiga Paredes

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