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Kevin Esqueche

Redactor

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Poeta, periodista y docente universitaria, Rocío Silva Santisteban ha avanzado en la vida definiendo ciclos marcados por adioses, renuncias, viajes, nuevas apuestas y una incesante reinvención. A los 50 años, ella puede recordar cada desafío con más gracia que amargura. Desde  el 2011 es la Secretaria Ejecutiva de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos, una responsabilidad que no siempre es grata y bien comprendida. Esta es su historia.

“Solo a mí se me ocurre dejarlo todo y comenzar de cero”

Derechos Humanos

Perfil : Rocío Silva Santisteban

Rocío Silva en Cajamarca, la tierra de su padre.

En noviembre de 2001, Rocío se embarcó en una aventura que la unió más a Sol, su única hija. Fue una locura que le costó consumar, pero que puso en juego todo el valor que ella podía demostrar. Era madre soltera y decidió viajar a Boston, Estados Unidos, para estudiar un doctorado en Literatura Hispanoamericana. Vendió sus libros y el auto que le regaló su hermano. Dejó propuestas de trabajo como periodista y docente. Iba a hacer otro giro extraordinario en su vida.

 

Al llegar a Boston sintió que colisionaba con una realidad a la que le costaría mucho adaptarse: cuando ingresó al pequeño dormitorio que había alquilado, se dio cuenta que ni siquiera tenía un colchón donde dormir.

 

“Bacán fue”, dice ahora, recordando con humor aquellos días. Tenía 38 años y Sol, su hija, 11. Cuando dejó la maleta en el piso, no sabía qué hacer. Su instinto maternal afloró. ¿Dónde iba a dormir apropiadamente la niña? Un amigo le prestó un colchón.

 

-Mira, yo no sé por qué en la vida tengo como cortes, como que de pronto, ¡frag!, regreso a foja cero –dice riéndose y golpea la mesa–. O sea, ¡por qué se me ocurrió ir a estudiar un doctorado al extranjero y comenzar de cero-cero! –insiste, burlándose de su actitud, con las manos en el escritorio como una niña esperando el almuerzo, con una sonrisa extendida y los ojos abiertos, aún sorprendida de la decisión que tomó hace doce años.

 

En Lima tenía su casa, sus libros, sus plantitas, pero no podía aferrarse a eso. Hay ciertos episodios, como este, que la han marcado como profesional, mujer y activista de aquellos derechos que siempre ha tenido la convicción de defender.

La ultra y la pituca

Rocío recuerda que cuando cumplió quince años solo le pidió un único regalo a su padre: la colección completa de la revista Amauta, de José Carlos Mariátegui.

 

-¿Eso quién te lo pide? Nadie, solo a una loca se le ocurre –ríe, orgullosa de su pedido.

 

Estudiaba en un colegio conservador, el Santa Úrsula de San Isidro, pero ya tenía convicciones de izquierda. Cuando terminó, su padre, el antropólogo cajamarquino Fernando Silva Santisteban, la convenció de postular a la Universidad de Lima. Él era profesor allí y si su hija ingresaba recibiría una beca de estudios. Haría toda la carrera gratis. Ingresó a Economía a los 17 años, pero luego se trasladaría Derecho.

 

Allí encontró a otros alumnos quienes, como ella, eran amantes de la literatura, pero que estudiaban carreras que poco tenían que ver con su sensibilidad y vocación. Las clases en la U. de Lima eran hasta el mediodía y por la tarde se trasladaba a la convulsionada San Marcos para escuchar clases de literatura como alumna libre. En 1983 postuló e ingresó. Eran los tiempos de Sendero Luminoso y de otros grupos radicales que dominaron la vida universitaria. Pero ella asegura que no les daba cuerda.

 

-Nunca he militado en un partido político, solo fui simpatizante de Izquierda Unida.

 

En la de U. de Lima se ganó la chapa de “ultra”. La fama era mayor si se estudiaba en San Marcos. Allí aprendió a vestirse de manera casual, dejando de lado la formalidad propia de los estudiantes de Derecho. En San Marcos la veían como la “pituca de izquierda”. Ella recuerda ese contraste. Dice que le abrió otro mundo.

 

Cuando terminó Derecho, quedó libre por las mañanas y empezó a trabajar como asistente de redacción en el diario El Nacional. Al final escribió en todas las secciones del periódico. En 1986 ganó el Premio Copé de Plata por “Ese oficio no me gusta”, poemario en el que hizo explícito su feminismo. Esta distinción le abrió varias puertas, una de ellas la de César Hildebrandt, director de la revista “Sí”.

Rehacer mil veces

-Ahí aprendí periodismo –asegura con sinceridad– Fue terrible. Era difícil. Conmigo era una persona distante, aunque respetuosa. A veces te decía: “esta foto es una basura”, “necesitamos tal cosa, anda de nuevo”. ¡Ay!, y volver a entrevistar a la misma gente era rochoso.

 

Su primer reportaje fue sobre las rondas campesinas de Cajamarca. Su tesis de Derecho trataba sobre ellas, tenía mucha información y contactos y viajaba allá constantemente. A Hildebrandt le gustó la idea y la envió con una fotógrafa. No había mucha información en aquella época. El artículo fue publicado luego de un cierre de edición en el que metieron la mano Ricardo Uceda, Tulio Mora y el propio Hildebrandt.

 

Pero la urgencia de terminar su tesis para titularse como abogada la obligó a renunciar a “Sí” y viajar a la tierra de su padre. Tomó esta difícil decisión empujada, además, por una huelga de ocho meses que había paralizado San Marcos en 1987. Un desagradable episodio la esperaba allá.

40 minutos con una pistola en el cuello

-Señorita, ¿desea bailar?

-No, gracias, no tengo ganas.

-Señorita, por favor.

 

Para no despreciarlo, Rocío aceptó el ofrecimiento. Estaba bailando con un militar ebrio en el exclusivo restaurante “El Cajamarquez” de la ciudad de Cajamarca. Era una tarde de noviembre de 1987. Se encontraba en una reunión por el cumpleaños de Francisco Arroyo, su jefe en el programa social Cooperación Popular. Por la ventana vio que su tío se acercaba al local. Aliviada, salió a recibirlo dejando al militar en la pista de baile. Este salió detrás.

 

-Señorita, vamos a bailar –insistió.

-No señor, gracias –contestó ella, incómoda.

-Señor, por favor… –intervino el tío, molesto.

-¡Usted cállese, viejo de mierda! – insultó el militar– ¡Yo sé que eres un terruco! 

"Montando caballo en la hacienda El Bosque", Cajamarca 1980

El milico sacó su pistola y colocó el cañón en el cuello de Rocío. Ella creía que el arma no estaba cargada, hasta que el coronel alzó el arma y disparó. Su tío, aterrado, insistió en que los dejara en paz, pero también fue amenazado, esta vez con el cañón en la cabeza. La pistola regresa al cuello de la joven durante veinte minutos más. El militar se llamaba Wilver Calle Girón quien, 25 años después, en mayo del 2012, asumiría por breve tiempo como ministro del Interior, el tercero del actual gobierno de Ollanta Humala. En aquel entonces, Calle comandaba el Batallón de Infantería Motorizado Zepita N° 7 de Cajamarca.

 

Rocío creía que si denunciaba lo ocurrido, ella y su familia estarían protegidos. Se contactó con el corresponsal de La República en Cajamarca y con Ricardo Uceda, su amigo y subdirector de la revista “Sí”.  Enterado de lo ocurrido en Lima, su padre conversó con el entonces ministro de Defensa, Enrique López Albújar, quien ordenó sancionar a Calle.  Poco después regresaría a Lima.

Madre soltera

Eduardo Univazo, entonces su pareja, había conseguido trabajo en Viena, Austria, y Rocío fue con él. Regresaron a Lima en octubre de 1989, justo para el nacimiento de Sol, su hija.

 

-La llamé Sol porque es la luz que me ilumina.

 

Tres meses después, Rocío y Eduardo, se separaron.

 

Para criar a su hija aceptó trabajos por doquier. En enero de 1990 ingresó a las revistas “Somos” y “TV+” de El Comercio. Allí ejerció como periodista y llegó a ser editora y jefa de redacción. En 1995 empezó a dictar cursos de redacción y reportería en San Marcos. Poco tiempo después dejó El Comercio, pero continuó escribiendo en sus páginas como columnista.

 

Luego, fue convocada para dictar cursos de periodismo en la naciente Universidad Antonio Ruiz de Montoya (UARM). A la vez, terminaba su maestría en Literatura Latinoamericana. Le tomó siete años hacer una segunda tesis para obtener el título de magíster. Ya con esta maestría, postuló a un doctorado en Estados Unidos. Solo en la Universidad de Boston le dieron un sí rotundo.

 

Viajó en noviembre de 2001. En Boston le prestaron desde el colchón hasta las ollas para cocinar. A pesar que la beca cubría ciertos gastos, el dinero no era suficiente. Empezó a traducir entrevistas al castellano. Frente a una computadora de la universidad, se pasaba horas escribiendo. Siempre con Sol a su lado.

 

-La pasamos de todo. Yo la llevaba a la "Middle School" y a la salida ella tenía que ir a verme a la universidad. El primer día de clases vi que llegaron unos niños con unas fachas terribles… ¡dios mío! –recuerda preocupada.

 

Como no tenían televisor, Sol jugaba todo el día con el gameboy que le había regalado su padre. Rocío tenía miedo que se volviera una tarada. Decidió llevarla a la Biblioteca Pública de Boston, la primera biblioteca municipal de Estados Unidos y la tercera mayor del país. Ahí fue donde la pequeña comenzó a aprender inglés.

 

-No fue fácil para ella, debe haber sufrido.

 

Muchos peruanos las ayudaban. Uno de ellos, un jesuita, las llevaba a la residencia de los ignacianos. Al primer lugar al que iban era a los almacenes. Tomaban galletas, gaseosas, detergente y champú.

 

-¡Era terrible! – se ríe, con nostalgia, mirando al vacío – Pero bueno, saqué mi doctorado, sino no habría podido.

La decana y la activista

Cuando llegó de Boston, la UARM le encargó organizar un diplomado sobre periodismo.

 

Convenció a  profesionales destacados, muchos ellos del medio local. También logró un convenio con el Instituto de Prensa y Sociedad (IPYS). Tras el éxito del curso, le encomendaron elaborar el plan de estudios de la Carrera de Periodismo que planeaban fundar en dicha casa de estudios.

 

-Es mi hijito –ríe.

 

En 2011 dejó la universidad para asumir la secretaría ejecutiva de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos (CNDDHH). Cerraba un ciclo dedicada a responsabilidades académicas y administrativas de la UARM y se sentía seducida con la idea de hacer activismo social por una causa con la que siempre estuvo comprometida.

 

Luego empezarían a llamarla “defensora de terroristas”, “enemiga del Perú”, “te llenas los bolsillos con las indemnizaciones”. Utilizarían las redes sociales, Facebook y Twitter para agredirla.

 

 

Rocío tiene un registro con las capturas de pantalla de las amenazas que ha recibido. Hasta ahora siempre se trató de personas que se escondían en el anonimato que permite la web para atacarla e insultarla. El último 5 de noviembre, todo cambió: uno de sus detractores salió de la oscuridad para escupirle el rostro en la Plaza San Martín, mientras declaraba a la prensa durante la protesta en contra de la designación de Martha Chávez como Coordinadora del Grupo de Derechos Humanos de la Comisión de Justicia del Congreso. A pesar de este episodio, Rocío no se ha amilanado. Como siempre, sabe que cada nuevo ciclo en su vida ha implicado riesgos que ella debe asumir.

Lavando la bandera. Julio 212

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